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Una Gran Aventura: La Muerte V

Publicado en por Marianela Garcet

(3) Otro temor que induce a la humanidad a consi­derar la muerte como una calamidad es el que ha in­culcado la religión teológica, particularmente los Protestantes fundamentalistas y la Iglesia Católica Roma­na: el temor al infierno, la imposición de castigos, co­múnmente fuera de toda proporción a los errores cometidos durante una vida, y el terror impuesto por un Dios iracundo. Le dicen al hombre que debe someterse y que no hay escapatoria posible, excepto por medio de la expiación vicaria. Como bien saben, no existe un Dios iracundo, un infierno ni tampoco la expiación vicaria. Sólo existe un gran principio de amor que anima a todo el universo; existe la Presencia de Cristo, indicando a la humanidad la realidad del alma y que somos salvados por la vivencia de esa alma, y que el único infierno que existe es la tierra misma, donde aprendemos a trabajar por nuestra propia salvación, impulsados por el prin­cipio de amor y de luz e impelidos por el ejemplo de Cristo y el anhelo interno de nuestra propia alma. Esta enseñanza acerca del infierno nos recuerda el giro sádico que la Iglesia Cristiana, en la Edad. Media, dio al pen­samiento y a las erróneas enseñanzas establecidas en El Antiguo Testamento, acerca de Jehová, el Dios tribal de los Judíos. Jehová no es Dios, ni el Logos planetario, ni el Eterno Corazón de Amor que Cristo reveló. A medida que estas erróneas ideas vayan desapareciendo, será eliminado, de la mente del hombre, el concepto del in­fierno y reemplazado por la comprensión de la ley que hace al hombre lograr su propia salvación en el plano físico, lo cual conducirá a corregir los males cometidos durante sus vidas en la tierra y que oportunamente le permitirá "limpiar su propia pizarra".




No trato aquí de imponerles una discusión teológica; sólo procuro señalar que el actual temor a la muerte debe ceder su lugar a una inteligente comprensión de la realidad y ser sustituido por el concepto de continui­dad, que niega toda interrupción, y acentuar la idea de que existe una vida, una Entidad consciente, que ad­quiere experiencia en muchos cuerpos. (17.291)




(4) En el próximo siglo se observará que la muerte y la voluntad tendrán inevitablemente un nuevo signi­ficado para la humanidad y desaparecerán la mayoría de las antiguas ideas. La muerte, para el hombre común reflexivo, constituye un momento de catastrófica crisis. La cesación y fin de todo lo amado, lo familiar y lo deseable, la irrupción en lo desconocido e incierto, y la abrupta terminación de todos los planes y proyectos. No tiene importancia cuánta fe pueda haber en los valo­res espirituales, ni cuán esclarecido sea el razonamien­to de la mente acerca de la inmortalidad, ni tampoco cuán concluyente se evidencie la supervivencia y eterni­dad; siempre existe una duda, el reconocimiento de la posibilidad de que todo termina y la negación y fin de toda actividad, de todas las reacciones cardíacas, de todo pensamiento, emoción, deseo, aspiración y de las inten­ciones enfocadas alrededor del núcleo central del ser del hombre. El anhelo y la determinación de sobrevivir y el sentido de continuidad, todavía dependen, aun para el creyente más ferviente, de una probabilidad, de una base inestable y del testimonio de otros, que en realidad nunca han vuelto para contar la verdad. El énfasis de toda idea acerca de este tema concierne al Yo central o la integridad de la Deidad. (18-94)




(tomado de: Una Gran Aventura: La Muerte


Por el Maestro Tibetano
Djwhal Khul


(Alice A. Bailey)


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